Bienes y frutos

La vida es un bien totalizador de la persona. La riqueza no, especialmente cuando es para sí, pues se torna insolidaria y olvida el bien de ...

La vida es un bien totalizador de la persona. La riqueza no, especialmente cuando es para sí, pues se torna insolidaria y olvida el bien de la persona. La riqueza se da para utilizarla en función del servicio a nuestros hermanos. Tiene sentido, únicamente, cuando todos nos beneficiamos de ella.

En sí misma, no alarga un minuto de nuestra vida. Jesús en el Evangelio de Lc 12, 13-21 afirma dos cosas: la codicia no garantiza la vida y la vida no depende de los bienes materiales; y encierra al ser humano en sí mismo impidiéndole abrirse a Dios. Todo ello hace de la codicia una necedad.

Vamos a situarnos en el contexto de cómo y cuándo Jesús pronuncia estas palabras. Jesús está hablando y se ve interrumpido por la petición de uno del público para que convenza a su hermano de que debe repartir la herencia de su padre. Jesús rehúye la petición, no quiere hacer de juez ni de árbitro; él no ha venido para administrar bienes o herencias, pero aprovecha la circunstancia para prevenir a los discípulos acerca de la codicia.

Se trata de situar a la persona frente a los bienes; la medida de la vida no la da lo material.

El que calcula únicamente sobre los bienes materiales ha calculado erróneamente. No va a disfrutar de lo que ha ido acumulando. Las riquezas para sí son un engaño.

San Pablo en su Carta a los Colosenses nos explica muy claramente hacia dónde debemos mirar. Los cristianos debemos situar en la cima de nuestros valores los bienes espirituales donde está Cristo.

Ningún bien pasajero puede ser más valioso que la vida eterna. Los bienes terrenales son necesarios, pero nunca podrán suplantar los bienes espirituales, éstos se nos van regalando cuando queremos seguir a Jesús.

Para ser felices hay que dar amplia salida a las riquezas. San Basilio, en una de sus homilías, nos lo dice contundentemente: “Haced que vuestras riquezas discurran también por distintos caminos y lleguen a la casa de los pobres.

Las riquezas atesoradas son inútiles, pero cuando se las mueve y pasan de unos a otros producen la comodidad y el bienestar común... Si cada uno tomase sólo lo que necesita y dejase lo demás a los pobres, nadie sería rico ni nadie viviría en la miseria”.



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