Parte tu pan con el hambriento
Teresa Valenti Batlle M.C.J. Llamada directa del profeta: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va ...
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Teresa Valenti Batlle M.C.J.
Llamada directa del profeta: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne”. No podemos encerrarnos en nosotros mismos.
El Señor, a través del profeta, utiliza verbos contundentes: abrir, hacer saltar, romper, dejar libre, hospedar, vestir. Todo equivale a salir de uno mismo, soltar, dejar ir el ego, y dar cabida a Dios.
Todos sabemos para qué sirven la sal y la luz. Jesús nos lo recuerda al emplearlas como metáforas. La sal preserva, sazona; ella no puede volverse sosa. La luz no se esconde para no ser vista, si fuera así el sol no iluminaría, viviríamos en tinieblas y, por la misericordia de Dios “nos visita el sol que nace de lo alto”.
Vivimos alumbrados desde el corazón, por caminos de paz. Jesús invita a los discípulos a ser signos de claridad, “lámparas encendidas”.
El texto de Mt 5,13-16 no se presta a interpretaciones ambiguas. Somos mujeres y hombres comprometidos, con las bienaventuranzas, lo intentamos en cada amanecer. “El hombre estrena claridad de corazón cada mañana” (Himno litúrgico). Es a través de nuestro compromiso, a favor de los demás, que estos deducirán la existencia de un Dios Padre y Madre.
Ser “sal” es un arte; saberse “diluir” y dar la “sazón” adecuada en cada alimento, nos habla de sustancia y valoración. Antiguamente la sal llegó a utilizarse como moneda de compra y venta y el trabajo se valoraba y pagaba en sal. La palabra “salario” se sigue utilizando para designar la paga que recibe el empleado.
Jesús afirma “sois” luz y sal, habla de algo que está implícito en el seguimiento.
Los discípulos podemos volvernos “sosos” y “tenebrosos”; faltos de transparencia, dejando de iluminar, en definitiva, siendo personas mediocres.
La sal y la luz de la que habla el Evangelio requieren un crecimiento constante como personas para llegar a la plenitud y así vivir en la luz de Dios. La sal escuece cuando hay heridas.
La luz molesta cuando no queremos dejar nuestras sombras, viviendo en ellas nos hemos adormecido en la oscuridad. La afirmación de Jesús sobre nuestras vidas: “Sois luz y sal” nos reta a la gran tarea de autotrabajarnos para que no dificultemos el quehacer del Padre. El Evangelio nos habla de la gracia que nos es regalada en Cristo Jesús, no de lo que humanamente podemos hacer.
Fuente: http://listindiario.com.do/