Reflexión: El Cordero de Dios
En la antigu¨edad los hombres acostumbraban sacrificar animales para conseguir algún beneficio, algún perdón por las faltas cometidas, a vec...
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En la antigu¨edad los hombres acostumbraban sacrificar animales para conseguir algún beneficio, algún perdón por las faltas cometidas, a veces por mostrar su gratitud, en fin una señal con la cual trataron de complacer al Creador, con el cual de alguna u otra manera habían entrado en conflicto.
El animal preferido para estos menesteres era el cordero, porque cuando es aplicado al hombre implica “manso, dócil, humilde”. Recuérden que Abraham ofreció el cordero en lugar de su hijo (Gen 22, 13); los judíos en la noche del éxodo comieron del cordero y rociaron con su sangre el marco de la puerta (Ex 12, 7).
En las Sagradas Escrituras vemos que en los sacrificios la sangre está asociada a la vida, ya que era considerada sagrada y esta era la base de la vida, y se derramaba la sangre sobre los altares por respeto a Dios, tratando de complacerlo para conseguir algún propósito de Él.
Sin embargo sabían muy bien que los pecados no se limpiaban con la sangre de los toros y de los machos cabríos. Esta potestad tenía que venir de Dios mismo, por eso tanto nos amó que mandó al sacrificio a su Hijo único (Jn 3, 16), el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29).
Todo esto yo sabía, al entrar en mi Cursillo de Cristiandad, pero hombre al fin viviendo en la edad moderna no le di mucha importancia. Sin embargo, me di cuenta muy rápido del significado de mi salvación a través del sacrificio de Cristo y, queriendo mostrar mi gratitud, comencé a transformar mi vida poco a poco.
Profundizando en las cartas de Pablo, aprendí que también a mí me exigen sacrificios. No puedo presentarme ante Dios con mis manos vacías en el Juicio Final.
Debo sacrificar mi propio “yo”, ofreciéndolo a Dios como mi propio “cordero inmolado” (Rom 12, 1).
Señor, ayúdame para que mi sacrificio sea “vivo, santo y agradable a Ti”, que no ofrezca lo que ya no me sirve, lo que sobre y, sobre todo, evita que mi sacrificio no sea aceptado por no andar en armonía con mis hermanos en la fe.
Finalmente, hermano(a) que me estás leyendo, la sangre de Cristo nos limpia de todos nuestros pecados, Dios nos perdona. ¿Tiene Usted la señal de la sangre de Cristo en la frente?
Fuente: http://listindiario.com.do/