Despertarse y ver el reino de Dios
Mi suegra y yo éramos, cada uno para el otro, invisibles. Es decir, que no nos podíamos ver. Cada uno vivía criticando al otro, señalando s...
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Mi suegra y yo éramos, cada uno para el otro, invisibles. Es decir, que no nos podíamos ver.
Cada uno vivía criticando al otro, señalando sus defectos y errores sin parar. ¡Qué estupidez!, ¿verdad? Especialmente de mi parte, ya que estaba casado con su hija.
Pero un día leí un párrafo donde el Señor dice: “No juzguen y no serán juzgados, No condenen y no serán condenados” (Lucas 6, 37).
Entonces decidí no criticar más a mi suegra, y así lo hice. Para sorpresa de mi esposa, hasta empecé a defenderla cuando hacía lo que antes condenaba y a aceptar lo que antes rechazaba.
Un día sucedió, y aquí termina el cuento, que, después de una visita que nos hizo, ella me tomó una mano y me la besó. Nunca olvidaré ese gesto bondadoso y cariñoso de parte de ella. Y me enseñó algo: El Señor tenía razón.
En el evangelio de hoy el Señor comenzó a proclamar: “Conviértanse, que está cerca el reino de los cielos”.
Para mí convertirse significa en este caso despertarse.
Ese beso de mi suegra, que humanamente hablando es un asunto de “relaciones humanas”, lo veo yo ahora, despierto, como producido por la palabra de Dios, y por tanto una muestra de que el reinado de Dios había llegado a esa relación (¿se imagina que el reinado de Dios llegara a todas sus relaciones?).
Esa es la gran Buena Noticia: “El reinado de Dios está presente y activo dentro y entre nosotros”.
“El reinado de Dios nos ha llegado ya”, dice Jesús a sus detractores.
Pero no se presenta de forma patente y estruendosa, como había anunciado Juan, sino misteriosamente, como una semilla de vida depositada por Dios en el interior suyo y en el mío.
El rey Federico II de Rusia visitó una escuela y preguntó a una niña que le había ofrecido unas flores: -¿A qué reino pertenecen esas flores? -Al reino vegetal -contestó la niña.
- ¿Y esta moneda? -Al reino mineral.
-Y yo, ¿a qué reino pertenezco? Y la niña calla. Le pareció irrespetuoso contestar “al reino animal” aunque esa era la verdad. De repente tuvo una inspiración y muy sonreída contestó: -¡Al reino de Dios! A lo que el soberano bajó la cabeza conmovido y dijo: -¡Quiera Dios, hija mía, que sean verdaderas tus palabras y que algún día sea yo juzgado digno del reino de Dios! La pregunta de hoy ¿Somos usted y yo dignos del reino de Dios? Por merecimientos propios nadie lo es. Sin embargo, “todos lo somos en el momento en que despertamos a la realidad de Jesús de Nazareth.
Él es quien ha merecido para mí y para usted pertenecer a ese reino de luz, de amor, de perdón, y con su ejemplo y su palabra nos ha enseñado cómo actuar bajo su constante orientación y apoyo.
Los que pertenecen a su reino mantienen con Él una constante relación de amistad cada vez más íntima que nos va liberando de nosotros mismos y nos despierta cada vez más a esa maravillosa realidad de su persona.
Hay algunas que han llegado al extremo de poder decir como San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”, y han sido las personas más libres y felices del mundo.
Fuente: http://listindiario.com.do/